No tengo la menor duda de que soy un bicho raro. Sí, un bicho rarísimo. El primer paso es admitirlo y yo nunca lo he negado ni me he escondido. Y es que para empezar el embarazo de mi madre duró bastante más de lo normal, se ve que no quería salir y fueron veintidós meses, como los elefantes. Cuando lo hice, no lloré como todos los niños, sino que tras las palmaditas de rigor, aullé como un lobo. La piel de gallina, la cara de perro, las orejas de burro, los ojos de gallo, la boca de lobo, la lengua de sapo, el cuello de jirafa, el pecho de gorila, las manos de cerdo, las uñas de gato, los muslos de pollo, las patas de cabra, la cola de pez y el culo de foca hacen de mi un ejemplar único en el mundo.
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