Regresar a aquella habitación es como viajar mecido en la cuna del tiempo. Cuando abro su puerta, escucho el ruido del motor procedente del tren eléctrico que me regalaron unas Navidades, huelo a la pólvora de los combates librados entre indios y vaqueros en el fuerte de mi sexto cumpleaños y veo mi balón de fútbol de reglamento acercarse dando botes hacia mí. Mi infancia me lo acaba de lanzar y me pregunta si quiero jugar. Y yo seducido por la oferta, le devuelvo el balón y le ofrezco un chupachups.
Como si nada hubiera cambiado esperamos la llamada de mi madre para salir corriendo a la cocina, siempre nos espera con un tazón de chocolate en las tardes de invierno. Nada ha cambiado. Los libros en las estanterías, mis muñecos de playmobil, mis pósters del equipo de fútbol preferido…
¡Me encanta regresar a mi habitación! Siempre lo será, aunque yo me apoye en bastón y lleve boina.
Como si nada hubiera cambiado esperamos la llamada de mi madre para salir corriendo a la cocina, siempre nos espera con un tazón de chocolate en las tardes de invierno. Nada ha cambiado. Los libros en las estanterías, mis muñecos de playmobil, mis pósters del equipo de fútbol preferido…
¡Me encanta regresar a mi habitación! Siempre lo será, aunque yo me apoye en bastón y lleve boina.
