
Todo empezó hace años, cuando un hombre mayor que yo, de aspecto muy familiar, de prácticamente mi misma altura aunque con alguna cana y algún kilo de más, se me acercó sorpresivamente y se presentó extendiéndome la mano. Por educación le tendí la mía, aunque guardando las distancias.
Dijo ser mi “yo-futuro” y para convencerme de que así era, reveló correctamente datos personales que nadie sabía.
Sin esperar a que yo saliera de mi asombro, me aconsejó sobre qué cosas debía cambiar para tener éxito en mi vida, qué hacer y no hacer, dónde pisar y dónde no…
Al principio seguí las indicaciones sin mucha convicción pero al ver que se cumplían sus augurios, decidí hacerle caso al pie de la letra.
De vez en cuando volvía a presentarse para darme más consejos. Hasta que sus frecuentes y reiteradas venidas se convirtieron en una compañía constante.
Parecía ser mi ángel de la guarda.
Nunca a partir de entonces tuve una caída, ningún contratiempo, de todo estaba prevenido.
Lamentablemente hace un par de días que estoy preocupado, el mismo tiempo que hace que desapareció. Y más ahora, que se dirige hacia nuestro tren, otro, a gran velocidad y sin intención de frenar.