Rafael era conocido en el pueblo a pesar de su corpulencia como “El Manso” ya que en sus 58 años no se le conocía acto ni reacción violenta, no se enfadaba nunca y siempre recibía las críticas de buen humor, aunque algunas fueran lanzadas con mala fe.
Tan sólo perdió la serenidad una vez, hace tiempo, cuando una tarde de verano la paz del pueblo se vio rota por los gritos y sonidos de golpes procedentes de la calle. Rafael que estaba tomándose unos chatos de vino en el bar de la plaza, vio como un forastero de unos 40 años gritaba y golpeaba endiabladamente a una mujer de parecida edad, mientras caía al suelo la sangre que manaba de su rostro.
Rafael dio un bote de su silla y con celeridad se quito las gafas, se remango bien sus mangas de la camisa y se frotó las manos mientras salía hacia el forastero. Los allí presentes quedaron boquiabiertos ante la paliza (bien merecida) que le arreó...
Rafael era un hombre casado con una buena mujer del pueblo. Sus vidas habían sido caminos de felicidad, siempre reinando el respeto y el amor mutuo.
Por todo lo anteriormente contado, nadie en el pueblo podía creerse lo que habían visto en los telediarios de la noche anterior, años después de lo ocurrido con aquel forastero: unos guardias civiles llevándose esposado a Rafael, acusándole de la muerte a golpes de su mujer…
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