Sara era una niña cuando sus padres y todo el mundo le decían que nunca perdiera la ilusión por las cosas, por la vida, que no perdiera nunca esa sonrisa tan bonita de su boca.
Al salir del colegio mientras muchas niñas jugaban con sus muñecas en la calle, la ilusión de Sara era ir a ver a su abuelita para que le contara cuentos mientras chupaba las piruletas que siempre tenía preparadas para ella.
Sara con su abuelita era feliz.
Pero un día sus padres tenían una noticia que darle: su abuelita se había tenido que ir muy lejos, tanto que desde las estrellas la estaría mirando.
Sara no comprendía cómo se había ido sin despedirse, pero a partir de entonces al caer la noche, miraba hacia el cielo en busca de estrellas, en busca de su abuelita.
Siempre decía con los ojos totalmente abiertos y casi salidos de las órbitas: “¡tiene que estar allí, en esa que es la más grande y la que más luce!”
Los días y las noches con sus cielos estrellados iban pasando y la sonrisa de Sara iba desvaneciéndose.
Una de esas noches se le ocurrió subir a un monte que había al lado de casa para así intentar estar más cerca del cielo estrellado, (ya lo había intentado desde el tejado de su casa).
Han pasado unos años y la mayor ilusión de Sara es lanzar al cielo globos y globos con mensajes de papel en su interior para su abuelita y esperar que algún día alguno de ellos sea devuelto desde esa estrella del cielo con noticias de su regreso.
Pobre Sara…¡qué ilusiones tiene!
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