
En las pasadas Fiestas del Pilar sucedió algo asombroso. Cuentan que una pareja de enamorados aprovechó la presencia de dibujantes en el Paseo de la Independencia para hacerse un retrato e inmortalizar su felicidad. Eligieron a uno de los artistas, al azar, y tomaron asiento, sin poder parar de sonreír, ante la atenta mirada de los viandantes y curiosos.
Empezó con ella, realizando primero unos garabatos, unos trazos finos que delimitaban el contorno de la cara. Continuó detallando los rizos de su pelo, el brillo de sus ojos, el grosor de sus labios, hasta que la tuvo prácticamente acabada. Cuando lo hizo, desde la silla, él, comprobó cómo su enamorada había desaparecido y su mano agarraba al vacío. -No temas. Ahora voy contigo- le calmó el pintor. Y siguió trabajando ante el desconcierto de su cliente.
De la misma manera, primero unos garabatos, unos trazos finos, luego el brillo de sus ojos, y cuando lo tuvo terminado, también él desapareció.
Cuentan que los asistentes quedaron sorprendidos al presenciar la desaparición de la pareja. Más aún, cuando en el papel, dos caras sobresalían y emergían, mirando a su alrededor, sin saber qué estaba sucediendo.