Érase una vez un escritor, que mojaba la pluma en el tintero de su corazón, empapaba la punta y con los ojos cerrados, acariciando el papel en blanco, se dejaba llevar, naciendo bellas estrofas, lindos poemas jamás imaginados.
Así, con su pluma, la misma desde hacía años, se había convertido en uno de los más grandes poetas del mundo.
Pero un día, con un folio en blanco delante, se dio cuenta de que el tintero se había secado. Su pluma ya no se humedecía de la tinta artística y era incapaz de completar ni una línea siquiera.
Se había petrificado.
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Había quedado así perenne, para la posteridad. Maravilloso.
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