Era martes, la ciudad a medio despertar y yo en la parada de un autobús urbano, con la cabeza ladeada buscando todavía mi almohada o un hombro en su defecto.
Un bostezo siguió a otro y como un virus, los míos contagiaron a los vecinos de parada, de manera que imitando un orfeón ahí estábamos con la boca abierta aspirando y exhalando aire.
Al principio fueron bostezos caóticos pero pronto confluyeron en un soliloquio acompasado que provocó un remolino de aire, un pequeño tornado, un gran tornado, un …¡ups!
Fue tal la fuerza y apertura de las inspiraciones que los vehículos que pasaban delante eran atraídos y hasta engullidos por nuestras bocas.
Después de unos coches, vinieron los edificios de enfrente y seguidamente se empezó a formar un gran socavón.
El paisaje comenzaba a ser desolador y lo más sorprendente era que a pesar de la materia digerida no habíamos engordado nada.
Grandes hectáreas de terreno iban desapareciendo y la profundidad del socavón no tenía límites.
No había manera de parar esto y ahora me encuentro en una isleta del tamaño de una marquesina de autobús, con cinco personas desconocidas, agarrados unos a otros para no caer al gran vacío que nos rodea…
3 ¿Comments o No Comments?:
Dicen que lo que no mata engorda... si esto no engordaba espero que no matara tampoco y sea la excepción que confirma la regla.
Quizá si nos agarramos fuerte los unos a los otros no nos trague el gran vacío... aunque mira que tiene fuerza eh!
Saludos!
martes...arghhhj los odio!
un beso de ¡ ya casi es miércoles !
Vaya tinte fantástico cobra el relato en su final :)
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