Amadeus era capaz de pasar horas y horas acariciando con sus dedos el teclado de su steinway. Gran cantidad de espectadores ocupaban las butacas del teatro para verlo en acción. Un día, cuando la Luna empezaba a reflejarse en las vidrieras, el pianista interpretó la melodía más bella jamás escuchada por nadie. El público lloraba de la emoción. Mas lo que vino después aún les dejo más atónitos. Primero vieron que los dedos de Amadeus se estaban transformando en pentagramas musicales y seguido todo su cuerpo iba desapareciendo tras las cinco líneas armónicas. No había explicación, pero sobre el piano bailaban las notas musicales de aquella melodía. Y de Amadeus ni rastro. Nadie supo más de él. Tan sólo cada día a la hora en la que la Luna se reflejaba en las vidrieras del teatro, se podía escuchar la melodía de aquella pieza musical…
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¿Ay! este relato me gustó tanto que me recordó al abuelo... que pronto volverá.
Un abrazo.
Se hizo eterna y perfecta.
Perfecto.
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